ANTE LA MUERTE DE FIDEL CASTRO

ANTE LA MUERTE DE FIDEL CASTRO

 

 

Fidel Castro

        de Roberto Alifano

 

Muy difícil hacer un balance ecuánime de la contemporaneidad cuando se nos viene encima, de manera abrupta, sin recordar los demasiados famosos versos de don Ramón de Campoamor, usados a modo de metáfora para eludir una explicación sobre algún controvertido o enojoso asunto:«En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira». El hecho es que ha muerto Fidel Castro, uno de los grandes protagonistas de la última parte de la historia del siglo XX y de los inicios del XXI, e ideas y sentimientos se confunden en el momento de escribir sobre él.

 

 

Fidel Castro (a la izquierda) y Ernesto “Che” Guevara, en la Habana, en 1960, marchando después del sangriento atentando al buque La Coubre

 

Con ambicioso sentido ecuménico, Fidel Castro se comportó siempre como si la isla le quedara chica. De todos los aspectos de su biografía, ninguno escapa a su capacidad para erigirse en referente de la política mundial de los últimos sesenta años. Su mítica influencia sobrevivió a la desilusión por el vuelco autoritario y absolutista de la revolución, al fracaso económico que la sigue afectando, a la vertiginosa caída del comunismo y, finalmente, al deterioro físico que lo obligó a delegar el poder en la continuidad de su hermano.

Pero, más allá de lo polémico que fue, resulta indiscutible su talento político para establecer alianzas que le dieran vigencia y en cierta forma lo perpetuaran. Hugo Chávez, un militar golpista, fue convertido por él en un líder revolucionario de izquierda en un momento en que la imagen de la revolución estaba seriamente comprometida. Luego, quiérase o no,Chávez y sus socios reflotaron la militancia antiestadounidense y pusieron en debate la exclusión de Cuba de foros internacionales como el de la OEA, haciendo que todo esto devolviera a Fidel Castro el aura de estratega regional. Aunque la alianza se sigue manteniendo, la incorregible crisis venezolana llevó a Cuba a diversificar sus relaciones económicas, e impensadamente, contra cualquier lógica de análisis, acercarse a los Estados Unidos. Sin que se levantara el perverso bloqueo comercial, ambos países iniciaron relaciones. La mirada debe fijarse en la consecuencia que tendrá su muerte en el proceso de apertura iniciado en Cuba, muy condicionado ahora por el triunfo de Donald Trump, alguien que parece poco conocedor de la política de la región.

 

 

Fidel y Raul Castro

 

Otra cuestión que flota sobre la duda (señalada por Luis María Anson en un reciente artículo), es que la ausencia de Castro y su halo mítico agigantará la crisis de la izquierda latinoamericana que se amparó en su ejemplo para promover un modelo de retórica antiimperialista, economía estatizada y férreo control de las libertades. «Octavio Paz escribió que la dictadura de Fidel Castro terminó transformándose en tiranía », puntualiza Anson. Y mi idea personal sobre el éxito de permanencia de Castro es un poco distinta aunque no contradictoria al retorno de los brujos. Durante largos años, y en algunos aspectos todavía hoy, Estados Unidos esquilmó a los pueblos iberoamericanos y se enseñoreó en ellos. Fidel Castro alcanzó la cima de su popularidad inmensa porque se opuso abiertamente al Imperio. Ciertamente gozó del apoyo y del dinero de la Unión Soviética durante la Guerra Fría pero nadie le puede negar la rotundidad con que se enfrentó a los excesos imperiales de Estados Unidos.”

Pero el impacto de su muerte puede tener efectos aún más profundos. Llega en un momento bisagra de las relaciones de los Estados Unidos con sus vecinos a partir, como ya señalamos, del triunfo del nuevo gobierno. El futuro jefe de la Casa Blanca tiene en sus manos avanzar o no hacia el fin del embargo a Cuba, una causa que unifica a los gobiernos latinoamericanos al margen de cualquier ideología,.intervención de Cuba en la política regional desató tensiones y conflictos, alianzas y enemistades, años que van desde 1960 a 1970, influjo del castrismo alentó a las guerrillas, implantar el comunismo en sus países, fracasada intervención del guevarismo, exportar la revolución, intento fallido del ideario de Castro en el continente, aunque no en el África, entrenamiento y de ayuda finanziera, montoneros, ERP argentinos, FARC, sandinistas, Fidel Castro despertó siempre señales de respeto y hasta casi veneración en algunos sectores. El devaluado y tambaleante líder venezolano Nicolás Maduro confesó su sensación de “orfandad” ante esta muerte, compartida por el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. El colombiano José Manuel Santos expresó, por su parte, la sincera tristeza al perder al hombre que en el ocaso de su vida política, lo ayudó a alcanzar la paz con la guerrilla. Los gobiernos liberales de Brasil y la Argentina, a pesar de las diferencias ideológicas, también encontraron palabras elogiosas para despedirlo, aunque sin justificarlo.

Comprobamos ahora que la influencia cubana se extendió más allá de lo que duró el sueño revolucionario; quizá nos basta señalar como muestra el protagonismo del régimen en las negociaciones para la paz en Colombia. La cercanía con Castro fue la vara con que muchas veces los Estados Unidos midió la salud de sus relaciones con terceros países. Es mucho y digno de tenerse en cuenta.

En la vida cotidiana creo que el tiempo se detuvo en Cuba. Mi último viaje a la isla se produjo con motivo de la visita del Papa y pude comprobar que casi nada se había avanzado en algunos aspectos vitales. En cierta forma hay razones que lo justifican y otras no. Resistiendo al embargo de los EE.UU, ha seguido descendiendo el nivel de vida; si bien es cierto que hay varias naciones dentro de Cuba. La del turismo, por ejemplo, y todo el negocio negro que se maneja a su alrededor y posibilita una elite de privilegiados; en tanto que una maestra, un médico o un trabajador, subsisten con sueldos magros que apenas les alcanzan para una privativa supervivencia. Con leves mejoras, en la actualidad no deja de ser la misma que la de fines del siglo pasado cuando yo viajé por primera vez. El único resquicio hacia el mundo fue el apoyo de la Unión Soviética fortalecido en 1962. Por esos años Moscú quiso instalar en Cuba bases de misiles apuntando hacia los EE.UU. y los gobiernos de Kennedy y Kruschev estuvieron a minutos de hacer estallar la tercera guerra mundial; Moscú aceptó retirar los misiles a cambio de que Washington firmara el acuerdo de nunca invadir Cuba ni derrocar a su gobierno socialista. Sin embargo, pese a todos los pronósticos, después de la caída de la Unión Soviética y con la economía al borde del colapso, Fidel Castro encontró la forma de perpetuarse en el poder. A la inversa, a lo largo de décadas, la intervención de Cuba en la política regional desató tensiones y conflictos, alianzas y enemistades. No olvidemos que entre los años que van desde 1960 a 1970, el influjo del castrismo alentó a las guerrillas que buscaban implantar el comunismo en sus países, con la fracasada intervención del guevarismo que llevó al suicidio a buena parte de esa generación. La idea de exportar la revolución, fue un intento fallido del ideario de Castro en el continente; aunque no en el África, donde su intervención armada tuvo cierta efectividad. Durante esos años, hasta la isla viajaban en busca de entrenamiento y de ayuda financiera desde los montoneros y el ERP argentinos, hasta las FARC o los sandinistas.

Nunca ignorado, de un lado u otro, Fidel Castro despertó siempre señales de respeto y hasta casi veneración en algunos sectores. El devaluado y tambaleante líder venezolano Nicolás Maduro confesó su sensación de “orfandad” ante esta muerte, compartida por el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. El colombiano José Manuel Santos expresó, por su parte, la sincera tristeza al perder al hombre que en el ocaso de su vida política, lo ayudó a alcanzar la paz con la guerrilla. Los gobiernos liberales de Brasil y la Argentina, a pesar de las diferencias ideológicas, también encontraron palabras elogiosas para despedirlo, aunque sin justificarlo.

 

 

 

Carlos Altamirano, Fidel Castro, Salvador Allende y Luis Corvalán

 

Mi relación personal con el líder cubano tiene diversas etapas. En 1971 viví la experiencia de conocerlo de cerca cuando fui enviado por un diario argentino para cubrir su visita a Chile, durante el gobierno socialista de Salvador Allende. Por un largo tiempo, que se midió en casi cuatro semanas, lo acompañé a lo largo y ancho de ese país; increíblemente, más allá de todo protocolo, su viaje se dilató casi aburriendo a los chilenos. Yo lo relaciono con La Tournée de Dios del inmortal Enrique Jardiel Poncela, que describe la llegada de Dios a la tierra y de cómo al poco tiempo, agobiados o abrumados por su presencia casi constante, cuando la gente lo veía, ya no le causa ningún asombro y se limita simplemente a decir: «Ahí va Dios». Con Fidel sucedió algo parecido, se había hecho tan habitual su presencia, que ya no provocaba interés en el pueblo chileno.

Lo vi tres veces más en La Habana. Una fue en un acto de homenaje a José Martí, al que concurrí acompañando a mi recordado amigo, el poeta Cintio Vitier, que era diputado. «¡Chico, te has dejado la barba!», exclamó Fidel cuando me saludó. «¡Estás irreconocible, cómo pasa el tiempo…!». La última vez fue en una Feria del Libro (una verdadera fiesta popular, hay que destacarlo) a la que fui invitado hace cinco o seis años; uno de sus colaboradores más cercanos me llevó a desayunar con él. Ya se lo veía anciano y cansado, aunque todavía vital en su liderazgo. Conversamos sobre literatura, y en especial sobre Julio Cortázar, Graham Green y Gabriel García Márquez a quienes trató personalmente de manera amistosa. Buen lector, me confesó que conocía casi todo lo escrito por Borges, pero que no estaba entre sus favoritos, aunque lo consideraba «un minucioso relojero de la palabra».

Cuando lo visitó el Papa Francisco, fatigado por los años, la estructura física que retenía en el mundo al anciano comandante parecía flotar muy lejos de su otrora vital espíritu combativo; irremediablemente deteriorado, Fidel dirigía los movimientos de su interioridad reflexiva, ya no los de su cuerpo.

Murió cuando su proyecto languidece, salvo en la nostalgia de personas mayores que vivieron, medio siglo antes. La ilusión fracasada de una revolución extendida se percibe agotada. Fue, sin duda, un personaje apasionante. Su muerte, si bien no interrumpe la dictadura, despeja, al menos en parte, los horizontes de Cuba y de los cubanos que anhelan la libertad y abrirse al mundo.