IDENTIDAD

IDENTIDAD

 

 

 

        Cuento de Oscar Sandoval Martínez

 

Hacía tiempo que nadie ingresaba al atelier. Su habitación daba a un rosetón y a través de esos cristales el sol le procuraba la jactancia del día. En algunas oportunidades, de manera inocente, fue testigo de que en las noches las sombras duraban el lapso que dura la hipocondría. Él acostumbraba pasar largas horas a la mira de aquella formidable rosa de cristales transparentes. Ese ventanal le permitía llevar su mirada hacia un bosque que alguna vez fuera suyo, y contemplar el reservorio donde la vida se embelesaba complaciendo a sus habitantes. Transcurría su tiempo entre coloridos pasteles y tizas. Pinceles herrumbrados, arrinconados en disímiles tintes. No conocía de pecados capitales pero una sensación inanimada embargaba su materia y espíritu y lo obligaba a acariciar un deseo, vagabundear por sobre las acuarelas de aquél marjal. Aspirar de una vez la brisa y deleitarse con el canto de los pájaros. 

 

 

Maddalena penitente (Michelangelo Merisi "Caravaggio",1594-1595 - Roma,  Galleria Doria Pamphilj)

 

Como el protagonista de un antiguo cuento al toque del crepúsculo se incorporó. Si algo había aprendido en las horas nocturnas era el escabullirse y permanecer inmóvil para no ser alcanzado por los exabruptos del artista. Sobre todo cuando éste echaba duramente algún terno despreocupándose de su modelo. Por eso tomó la precaución de asegurarse que no hubiera  nadie a la vista.

Esa noche estaba resuelto a conocer su procedencia. Escudriñó en papeles y documentos un indicio que certificara su origen. De pronto sus extremidades se hundieron entre las témperas y esmaltes que derramaban  calor y humedad. El tufillo del óleo le hizo cosquillas en la nariz. La reacción de sus músculos le hizo comprender lo que significaba estornudar. Agitado por el mal humor alzó los ojos hacia el círculo plateado de la luna. El resplandor embellecía las obras que esbozara el pintor y resaltaba las  propiedades de los barnices. -La luna es agraciada- creyó haber murmurado. Perpendicularmente un haz de luz se rompía por los cristales y se desplomaba en la mirada de una cortesana atrapada en un lienzo: por el arrebato de unos pinceles llegó la gracia a guarecerse en la contemplación pura de esos ojos.

En la mirada femenina, el artista había dejado impreso lágrimas y desconsuelo. El entristecido retratista había bosquejado esos milagros y desde su inspiración le confirió vida y alma a aquella mujer.

Detuvo su mirada un instante por sobre los hombros de la bella muchacha. Descubrió el ventanal del atelier abierto de par en par y hacia la intemperie. Esto lo perturbó. Su creador también había expuesto ese mirador en su pintura y  permitía admirar la perspectiva del estanque y el bosque de coníferas. Contra un tragaluz microscópico algunos membrillos y violetas opacas habían consumido sus coloraciones,  muertas y  en contraposición de la naturaleza viva de la alberca.  Casi creyó verse a sí mismo entre los caballetes y espátulas. Ocurrió que su autor hacía tiempo no aparecía en el estudio y esa noche el ayudante pensó que podría recorrer a su antojo todo el perímetro del atelier.  Tras cada leve ruido regresaba a su habitación. Un sonido incesante lo forzaba a regresar sobre sus pasos.

Una vez un grupo de becarios había ingresado al estudio y le  habían propinado algunos desajustes. Le habían vociferado «sangre de goma, sangre de goma». «Dóblale la rodilla», le había expresado un estudiante a otro. «Mirá como le tuerzo las muñecas» vociferó otro con la crueldad extrema de un adulto. Temeroso se reclinó en su habitación de una sola puerta y en la noche lo crispó el tic-tac que no provenía del péndulo en la pared. Largo tiempo pasaría él en conocer la verdad: se trataba de una  gotera que vertía esa agua misteriosa  que le hubiera gustado probar. Gotas que intentaba comparar con los lloros de la doncella retratada entre las armoniosas aguadas del cuadro. Permaneció algunas horas suspendido para no provocar a la realidad. Observando con sus ojitos indefinidos en esa carita inocente.

-      La materia toma forma - se dijo. Me han  suministrado la

habilidad del movimiento – recapacitó - mientras levantaba sus piecesitos rígidos y en tanto observaba su sangre de goma.

La puerta se abrió y un hombre rubio de ojos azulados depositó un botellón sobre la mesa. Olía a alcohol. Se le acercó. Lo apretó entre sus manos y articuló sus músculos hasta causarle un dolor inquebrantable. Perdurable y humanamente intenso. Lo forzó a sentarse. La pavura lo aprehendió. Ahora estaba reclinado sobre un púlpito expresando el horror lacerante de los cautivos. Su expresión era agónica y desconsolada parecida a la mueca patética de la matrona del cuadro. No fue su intención apoyar su mano sobre la barbilla porque así lo obligó el pintor. Sintió el salobre gusto de una lágrima sobre sus ojos.

No era de él, no era de la señora del lienzo. Era una lágrima  efervescente del artista y que dejaba rodar sobre las mejillas de su modelo. En la miniatura espejada de sus lágrimas el perfil de la matrona se mostraba como también los ojos entreabiertos del “crash dummies”.

La escalofriante verdad en su semblante reflejado en el espejo de las lágrimas de aquella mujer pintada en el paño. La articulada marioneta reconocía ahora su identidad por aquellos hilos de goma perpetuamente expuestos para ser maniobrados por el dolor de un pintor desesperado.

Solo soy el arquetipo de tu expresión. Juzgó oir la voz de la matrona. Cada día cuando observas la laguna soy felíz porque la veo en tu mirada. Cada noche la luna me recuerda cuando te marchaste susurró el pintor dejando correr sus lágrimas. El “domis” ya no quiso oir más;  observaba estupefacto la ventana abierta en el cuadro y dirigió sus pasos hacia la rosa resplandeciente y abierta que daba a su  bosque de coníferas.