ROMA Y YO

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ROMA Y YO

 

 

 

        Poema de Gustavo Rubén Giorgi

 

 

La espera fue larga: impaciente antes que temerosa,

porque siempre supe que vendrían de manera tan segura como ineluctable.

Ellos.

Los que me robaron  la paz de mis padres, la Patria y la despreocupación de la juventud.

Y como son insaciables, ahora pretenden quedarse con uno de mis tesoros más preciados.

Roma.

Pero, ¿para qué abundar en lo que ocurrirá siempre y en todo lugar?

La trompada asesina me quitó del visaje un gesto sereno y preciso, el que me deparó la felicidad de haber visitado la urbs caput mundi.

-Confesá, hijo de puta… ¿quién carajo te mandó a andar diciendo por ahí que estuviste en Roma?

A pesar del dolor me tragué tu nombre, Antonio, y no hablé ni de tus brazos en gesto de inolvidable bienvenida en Campo di Fiori,

ni de Roberto, ni de Osvaldo ni de Francesco.

-Vos no estuviste en Roma, perejil…apenas lo soñaste. ¿Entendés la diferencia?

Me negué a seguir el razonamiento de aquella gente y,

por no ser digno lamentar el sufrimiento pagado en defensa de una causa justa,

no diré más que esto: ellos hicieron lo que tenían que hacer y yo soporté lo que tenía que soportar.

Pero no lograron que me desdijese.

Antes bien, consiguieron que el dolor de la tortura, casi milagrosamente, fuera remitiendo hasta permitirme balbucear la profesión de mi fe:

 

-Creo en Roma, cifra de las ciudades que son y que en el mundo han sido;

y en el Panteón, su único testimonio viviente, medida nuestra de la belleza,

que fue concebido por obra y gracia de Adriano,

nació bajo el esplendor de los Antoninos,

padeció el furor de los bárbaros,

fue saqueado, tenido por muerto y casi sepultado,

descendió a los infiernos del olvido

hasta emerger glorioso de la amnesia y elevarse a los cielos de la armonía;

está sentado a la derecha del arquetipo que Platón reservó a la magnificencia.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos que desdeñan su encanto incomparable  y a los muertos que se durmieron sin su imagen en mente y corazón.

Creo en el espíritu del Septimontium tanto como que estuve en Roma

donde conocí algunas de sus santas iglesias: San Pietro, San Giovanni in Laterano, Santa Maria Maggiore, San Paolo fuori le mura, San Luigi, Il Gesù…

Creo en la comunión de los devotos de la magia color ocre y atemporal,

en la misericordia para con los insensatos,

en la resurrección o el nacimiento en ellos de la sensibilidad,

en el gozo perdurable de haber sido parte de las calles y “viccoli” de la Ciudad Eterna,

Amén.

 

Cuando terminé, -al despertar- el dolor había desaparecido.

¡Ay!

¡Gustoso pagaría el precio del laceramiento redivivo , con tal de poder asegurar que lo que me habita es el recuerdo inefable de Roma!

¡Y no sólo el sueño de haberme fundido ella,

 tantas veces postergado, tantas veces temido!

                                    Zárate, julio de 2017.-