ROBERTO PÁEZ, SUS MITOS Y LEYENDAS

ROBERTO PÁEZ, SUS MITOS Y LEYENDAS

 

 

Roberto Páez en su taller

 

 “Eso es ilustrar, eso es 'dar luz al entendimiento' y dar 'lustre'. Eso es lo que, como pocos, obtienen la sabiduría y el amor de nuestro Roberto Páez.”
Manuel Mujica Láinez

 

por Karolina Elizabeth Alarcón

 

 

 

Roberto Páez en su taller

 

Hijo de una familia humilde, nació en Buenos Aires el 9 de junio de 1930. Un temperamento rebelde y una innata picardía le valieron ser considerado como un niño y un adolecente indescifrable. En su infancia  visito reiteradamente un taller de escenografías  teatrales donde el trabajo de pintores y dibujantes le descubrió su vocación. Ante la mirada incomprensiva de su padre, policía de profesión, cursó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”. Uno de sus profesores, Alejandro Sirio, célebre por sus ilustraciones de La Gloria de Don Ramiro, sentencio sobre él: “Usted, joven, jamás será dibujante”.

Las ilustraciones con las que ganó en 1965 el “Concurso Internacional para ilustrar una edición de El Quijote”, obra que le valió reconocimiento mundial, desmintió el juicio de su maestro.

 

 

Ilustración para el Quijote (Roberto Páez) 

 

 

Ilustración para el Quijote (Roberto Páez) 

 


Ilustración para el Quijote (Roberto Páez) 

 

                   Los lectores de Animamediatica disfrutarán seguramente la siguiente anécdota: el escritor y crítico de arte Bernardino  Rivadavia, le sugirió a Paez que sus ilustraciones del Quijote estaban en parte inspiradas en la obra de Marino Marini; Roberto negó tajantemente toda influencia, afirmando no conocer al artista italiano. Horas despues, a las cuatro de la madrugada, llamó telefonicamente a Rivadavia diciendole: «Encontré entre mis libros uno de ese tano maldito y tenes razón»

 


 Una escultura de Marino Marini 

 

Una pintura de Marino Marini                    

 

Páez fue, a un tiempo, un hombre libre y un cuestionador constante de la posibilidad misma de la libertad: 

«Desde el punto de vista de la libertad que pude haber tenido, fue a pesar de las circunstancias y los hechos; porque casi toda mi obra se desarrolló íntimamente ligada a mis necesidades  de sobrevivencia y por lo tanto es una obra que casi siempre partió de pedidos».

Las cadenas, tramperas, jaulas y prisiones que dibuja, destruyéndolas  o deformándolas, hablan de una  libertad afirmada  y negada intermitentemente. El padre policía estará siempre presente, la lucha iniciada por el niño la ilustrará el hombre por medio de juguetes. Desnudas y con sus extremidades colgando de hilos las antiguas muñecas de porcelana eran uno de los  adornos de su atelier y sus modelos  “más sumisos” según su propia expresión.

El hombre atado, preso o maniatado es una constante en sus creaciones; los animales y los juguetes padecen o ejercen idénticos tormentos.

 

 

Ilustración para el Martín Fierro (Roberto Páez)

 

 

Ilustración (Roberto Páez)

 

 

Ilustración (Roberto Páez)

 

Sus series de ilustraciones para el Quijote y el Martin Fierro muestran numerosos motivos comunes. El hombre caído al pie de la bestia es una de los más significativos

   El caballo es sin duda el animal más dibujado por Paez , paradójicamente, parece representar a un mismo tiempo la libertad y el sometimiento. El artista gustaba de las paradojas; así, los juguetes  símbolos de la inocencia son empleados para ilustrar la maldad y la fuerza.      

 

 

 

Ilustración para Proa (Roberto Páez)

 

 

Ilustración(Roberto Páez)

 

    Su identificación con el Quijote nace de su ansia de libertad; la imaginación, como lanza al ristre es su arma, pero los molinos están embargo allí. Lo sabe, y cuestiona lo por tanto la vanidad de los artistas:

«Odio a los que se refieren a sus trabajos como: “Mi Obra” consagrándola anticipadamente. Yo hago, cuando tengo suficiente gana, simplemente mi trabajo».

 

Durante una comida con amigos en una cantina del barrio de Chacarita sentenció:

«El Arte, sucede, creo yo, cuando el tipo está metido hasta el cuello  y da señales de vida a través de lo que hace».

 

“El  Negro, tal era su apodo, tenía fama de vago; rara vez cumplió con el plazo de entrega de sus ilustraciones. Fue, y se jacto de ello: “Terror de editores”. La razón no estaba en la desidia o en la bohemia de artista sino en el tiempo que el proceso creador exige de modo inapelable. Su airada respuesta al reclamo insistente de un secretario de redacción de Proa es ejemplo de esto: «El arte y el culo no saben de horarios».

 

Profesor y Director de la “Escuela de Bellas Artes de Catamarca y de la de Bellas Artes Carlos Morel”, en Provincia de Buenos Aires, disfrutó siempre de la enseñanza sin dejar de cuestionar la educación artística oficial. Prefería dar clases en talleres de alumnos pero se avergonzaba de pedir su pago, cobro que a menudo hacia valerosamente su mujer.   

Llamaba, cariñosamente, “Mis amigos” a los escritores que ilustró. La Odisea, los Viajes de Marco Polo,  los Cuentos de Shakespeare, el Martín Fierro y Una Excursión a los Indios Ranqueles de Mansilla, entre otras obras, le sirvieron de inspiración.

Ilustró también cuentos de Borges, al que admiraba sin dejar de cuestionarlo; lo definió como  «Un cubito de hielo, que escribe maravillosamente». Estuvo a punto de publicar un libro conjunto cuyo título era “Borges ilustrado por Páez”, pero frustró el proyecto empeñándose en que debía llamarse: “Páez comentado por Borges”. Confesó luego a un amigo: «Me importaba un pito figurar primero, pero Borges es un matón intelectual y no me gustan los matones».

Ilustró en  la revista Proa, dirigida por Roberto Alifano,  uno de los cuentos más bellos de la literatura argentina: Con la anuencia del duque, del antes mencionado Dino Rivadavia, del que fue entrañable amigo. Ambos tenían la convicción de no haber jamás abandonado la infancia y compartían el coleccionismo de juguetes antiguos, sentían que el arte era una forma de prolongarla. Los diferenciaba que, uno de ellos, no diré quién, no permitía tocar sus juguetes. Los dos amigos tenían también distinto linaje, Rivadavia provenía de la aristocracia criolla y del primer presidente de los argentinos; Roberto se decía hijo y nieto de palurdos y después de unas copas repetía risueñamente un brindis: «¡Soy cabecita, negro, resentido, mente estrecha, salud para todos!»

Le gustaba sentenciar cómicamente sobre grandes temas ; Carolina Spinelli ha mencionado una de las más risueñas:

«La sabiduría y el amor no tienen nada que ver uno con otro. La sabiduría es permanecer vivo, la supervivencia. Uno es sabio si no mete los dedos en el enchufe.  En el amor: uno mete los dedos en cualquier cosa».

 

Lo conocí en el cierre y mudanza de una célebre librería, allí pintó sobre una pared del local, ya desmantelado, una enorme jaula vacía y  sobre un cajón fúnebre, que sería destruido al finalizar el evento, la silueta y la cara del librero. Cuando le comenté que ambos dibujos se perderían me contestó sonriente con una frase de payador: «Da igual, qué pájaro pide un premio por cantar».